El calló largo tiempo su derrota, quiso ser causante del mutismo de otros mundos, pero terminó preso del propio. No era inspiración de nada, de nadie, …ni de sí mismo. Hubiese sido mejor colgar en su pared el título de “culpable” que mirar esa soledad vacía sin respuestas. Pero ya ni el eco de su propio mundo retumbaba en aquel lugar, menos aún las voces ajenas de quien sus ojos reclamaban ver una vez más.

El silencio nunca tuvo explicaciones, no más que las evidentes; y quien acalla a las palabras, de a poco se convierte en  ciego y mudo a sus deseos; e interpretar se vuelve un nudo sin cabos que se apresa más y más conforme va tirando a las exigencias.

Siguió sus días entre sombras, y el negro se trago su voz. Más la noche experta le enseñó la paciencia que se encuentra al esperar un nuevo amanecer. Quiso ver la Luz, y las ansias lo engañaron una y mil veces con imágenes erradas de belleza simulada. Un rincón sin alma solo es un piso con cuatro paredes sujeto a miradas escrutadoras sin calor, y las imágenes solo son cuadros que inundan un espacio vacío donde antes existió amor.

Mas el silencio de una boca sellada por el tiempo termina cuando se entreabre por el fulgor de una sonrisa, cuya luz ilumina todo, tiempo y espacio,  encandilando malos recuerdos arrastrados a ningún lugar. Ahí acumulan polvo retorcidos en sí mismos, distorsionando su forma hasta ser irreconocibles a la memoria,  lejos del presente y del pasado, dejando espacio a un nuevo aire a respirar.

Es increíble como a un hombre lo transforma una sonrisa.