Visita ese cuarto todos los días, cada día, todo el tiempo. No por costumbre ni por matar el tiempo. Le gusta, podría decirse que es feliz en él, y así el lo siente, por que integra eso a su vida por completo. 

Mucho antes de saber que existiese, pasaba por las cercanías deambulando en busca de nada y de todo, con la sensación de no querer estar en un lugar. Negándose a quedarse en algo que se acercara a reconfortarlo.Desoyendo las voces que lo invitaban a anclar.

Pero un día algo sucedió; en un cuarto había un regalo, un regalo para él en gratitud por algo que no tenía en cuenta, un hecho vago pero real. Abría las ventanas de cada lugar que visitaba. Pero… ¿Quién podría agradecer eso?, una pequeña nota lo explicaba “gracias por compartir tu lugar y dejarlo ver”. Instintivamente corrió al dintel de la ventana y miro afuera, se sintió extraño, observado, tonto y avergonzado. Quiso cerrar la ventana, pero no pudo, una voz dulce lo detuvo. Un voz como si estuviese dentro de él. El hecho pudo haber sido solo un lindo recuerdo en el anecdotario de los días de no haber sido por una nueva visita y otro regalo envuelto en cintas de color. Y así en cada lugar donde abría un espacio para ver y ser visto; y sin saberlo buscaba ese lugar donde un día anidar. Un día vio las manos de quien dejaba sus regalos, otro día su torso, y otro su cabello. Descubrió lo hermosa que era sin ver su rostro y en ese mundo de cuartos la aguardó y la sigue aguardando. 

Hoy, corre por pasillos y habitaciones, abre ventanas de par en par, espera algún día su semblante divisar, mientras sigue recibiendo regalos y viendo desde su ventana como mundos se abren a sus pies. Mientras tantos, otros hemos aprendido a dejar nuestro paso en su rincón, con regalos o ventanas abiertas esperando el fin del frenesí.